1) PARTE I:
Desde hace unos días, me veo en
una de esas situaciones de la vida en las que tienes que ser más fuerte que
nunca y hacer uso de esa dosis extra de paciencia
infinita que todos tenemos de serie.
Sin duda, las estancias en los
hospitales no son plato de buen gusto para nadie. Para el enfermo son un
calvario se trate de lo que se trate, pero tampoco es nada fácil hacer de
acompañante…
No voy a ahondar en las penosas y
patéticas deficiencias “tercermundistas” de la sanidad pública de nuestro
querido país, pues lamentablemente todos las hemos vivido más o menos de cerca.
Tristemente el enfermo, en su situación de indefensión, no tiene otra
alternativa que tragar carros y carretas, dejarse llevar y desear lo que el del
chiste... "Virgencita, que me quede
como estoy...".
Pero en esta ocasión, mis
reflexiones y mi pequeño homenaje serán para los acompañantes del enfermo
ingresado y esas vivencias de pesadilla que inevitablemente ha de sufrir quien
acompaña a un familiar, y normalmente (por lo menos por mi experiencia) las más
horribles e incómodas suelen venir siempre del vecino/a o vecinos/as que te
toquen en la cama de al lado.
Y eso que, todavía a mis años, y
por muchas razones y argumentos de “operatividad” que me ofrezcan las personas
que se dedican a la sanidad, sigo sin comprender por qué, en el momento más
molesto, triste, dificultoso y a veces traumático de tu vida, tienes que
compartir la habitación del hospital con una, dos o incluso ¡tres personas más!
¡Increíble! ¡Inhumano! ¿Cómo
podían soportar esa denigrante situación? Dirán en el futuro nuestros
descendientes, cuando lean los libros de historia.
Pues sí, así lo veo yo incomprensible, que además de
tus dolores y dificultades, tengas que soportar también las del vecino/a...y
las de sus acompañantes, familiares, visitas varias etc...
Pero volviendo a mi situación, os pongo en antecedentes: me mareo y/o
desmayo al ver la sangre; me dan grima los hospitales, su olor, su calor...;
somatizo cuando alguien me cuenta una enfermedad, y odio que me enseñen
cicatrices por muy pequeñas que sean.
Aun así, contra todo lo anterior
hay una fuerza sobrehumana que hace que puedas con todo eso: el AMOR. Y sé que suena cursi, pero me
importa un pito, porque es así, el amor a tus hijas, a tus padres, a tu
marido... Te da SUPERPODERES para aguantar
todo lo que te echen, aunque te lo echen sin avisar y salpicado de sangre…
Así que, los días de
"guardia"(como yo les llamo a mis estancias acompañando a mi padre)
me convierto en la mejor actriz del mundo, y es cierto que veo, escucho y vivo
muchas cosas "feas" y desagradables pero este es mi mantra: "lo
que ocurre en el hospital, se queda en el hospital". Igual que pasa en Las
Vegas...
2) PARTE II:
De esta forma, cuando salgo del
hospital, sólo me llevo a casa la alegría de ver a mi padre mejorando, y por el
camino de vuelta me voy cargando de
nuevo de buena energía con cada cosa bonita que veo y que percibo.
He llegado a un nivel de AUTOCONTROL
digno de patentar, y perdón por mi inmodestia, pero es que resulta que tengo un
sistema muy efectivo para que no me
afecte todo lo que ocurre aquí, en el hospital: tarareo en mi mente la primera
canción que se me viene a la cabeza.
Desde luego, este sistema solo lo
utilizo en las situaciones extremas e inevitables, las cuales yo no tendría por
qué presenciar, ver u oír... A continuación os ilustraré el funcionamiento del “sistema”.
Una tarde estaba yo cargándome de
buen rollo y buena energía, mientras jugábamos en familia al Just Dance. Mi
hija eligió "La Macarena" para bailar (de eso trata el juego), y a mí
me hizo tanta gracia que hasta le gané haciendo el “bailecito”, tan trillado
desde hace demasiados años ya...
El caso es que se me quedó en la
cabeza la dichosa cancioncica y cuando llegué al hospital sucedieron cosas digamos...
"curiosas":
El “vecino” de turno, compañero
de habitación de mi padre, empezó a explicar con pelos y señales su complicada
intervención a todos los presentes, y yo
sólo escuchaba: “¡Dale a tu cuerpo alegría
Macarena...!"
Más tarde hubo un revuelo en otra
habitación, con un paciente muy impaciente el pobre y yo en mi mente: "...que tu cuerpo es pa darle alegría y
cosas buenas!
Y la cosa continuó, porque cuando
llegó la enfermera para las curas, aunque me salí fuera, sólo escuchaba en mi
mente: “¡Ay! Macarena, ¡Aaaaay!”
Así que como veis, el sistema
funciona, ya se lo he explicado a mi padre para que se le haga más llevadera su
estancia aquí. La única pega, como ya le he comentado, es que hay que escoger
bien la canción porque si no, se te mete algún sonsonete inapropiado en la cabeza y la verdad, mis
felicitaciones a Los del Río por su longevo hit musical, pero ¡no aguanto más a
“La Macarena”!, a ver si escucho aunque sea la música del ascensor y cambio ya
de estilo jolin...