No suele comer demasiados mantecaos, ni turrones en estas
fechas; ni es cansino con los villancicos (como puedo llegar a serlo yo…); ni
tampoco es un forofo de la decoración hortera de la fachada de la casa, como
ocurre en estos últimos años en algunas casas de nuestro vecindario.
Simplemente le
encanta la Navidad. Si por él fuera, inauguraría estas Fiestas mucho antes
que el Corte Inglés pero se contiene por prudencia, aunque lo nota dentro de sí
desde que empiezan los primeros fríos: es el
Espíritu Navideño.
Esta definición wikipédica de “Espíritu Navideño” ya la
acuñó mi santo padre cuando yo era bien chiquitica y recuerdo como si fuera
ayer cuando en esta fechas señaladas, aunque corrieran malos tiempos, o las
penas nublaran su sien; mi padre nos anunciaba: “…es oficial, hoy ya me he
puesto el Espíritu Navideño”. Esto significaba para mí, que se acababan los
malos rollos y empezaba lo bueno. Ahora con los años, entiendo que mis padres a
veces hacían un grandísimo esfuerzo por colocarse aquel traje, que no siempre
era de su talla…
A Dani le ocurre lo mismo, desprende todavía esa ilusión
infantil por la Navidad y yo se lo agradezco infinitamente, porque así
conseguimos cada año trasmitirle a nuestras pequeñas princesas esa Magia Navideña que, aunque suene cursi
y manido, es algo que no está en las compulsivas compras de esos días, ni en
las exageradas cenas, las excesivas comidas de empresa o las desmesuradas
decoraciones…
No sabría muy bien explicar dónde está esa Magia, pero la
verdad es que cada año deseo que llegue ese día en que ponemos nuestro árbol de
Navidad con la chimenea encendida, los villancicos sonando, las niñas
peleándose por poner la estrella y colocando todos los adornos juntos en la
misma rama del árbol (como ellas dicen: “a su altura”). También espero con ilusión añeja, llegar a
casa de mis padres y verlos enfrascados en la faraónica obra de “poner el
Belén”; las cajas por el pasillo, el serrín esparcido y las figuritas esperando
para ser colocadas en su sitio. Porque su Belén es de los de antes, de los de
figuras de barro, algunas con un siglo y pico, casitas de madera, musgo de la
fuente del Avellano y por supuesto, la figurita del niño flamenco encima del
castillo de Herodes.
Tampoco sé muy bien por qué, pero sigo soñando con la noche
de Reyes, ese día en el que por decreto milenario, nos reunimos toda la familia
(abuelos, tíos, primos, sobrinos….) y luego representamos el mismo teatro cada
año al llegar a la casa de los abuelos:
¿habrán llegado ya los Reyes?..., uy! Pues se ve una luz en el salón! Y…
de nuevo la chispa se enciende, la magia funciona y el corazón se me acelera
como cuando era niña.
Igual que a mi padre, cada año me cuesta un poco más
colocármelo, y por eso te doy las GRACIAS Dani, porque siempre me ayudas a
enfundarme ese Espíritu Navideño que tan bien sabes contagiarnos…
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