Llega rápidamente y te invade, te nubla y te confunde. Al
principio sólo es una sensación rara, un poco de mal rollo y piensas que podrás
con ello, que todo lo bello y lo bueno que te rodea será suficiente para darte
de nuevo la paz.
Pero en cuestión de segundos se apodera completamente de ti,
las negras nubes te rodean por completo y sin apenas poder reaccionar ya tienes
la TORMENTA muy dentro. Se instala en tu estómago, te anuda el ombligo, te
amarga la boca y te arruga la sien…
Estas tormentas internas han sido analizadas y
estudiadas por los mejores meteorólogos
y científicos del mundo, incluso se creó hace años la Fundación Stopanger (en Wisconsin, por supuesto) y su prestigiosa beca de
estudios. Pero todavía hoy no se ha
obtenido ninguna teoría concluyente.
En mi modesta opinión, y teniendo en cuenta que soy uno de
los principales sujetos de estudio (ayer mismo me atacó la nube y me infectó
desde por la mañana hasta bien entrada la madrugada…), creo que es
completamente inútil buscarle una explicación científica: sucede así sin más,
cualquier pequeño incidente por absurdo o simple que parezca, puede atraer a la
nube y ya no hay remedio.
Durante todo el día de ayer intenté razonar, analizar y
reconstruir cada paso que di durante ese día o el día anterior, sin éxito
alguno. Sólo podía sentir en mi un “mal rollismo” inconmensurable, un enfado continuo
con todo y con todos los que me rodeaban, casi sentía cómo me crecían los
colmillos.
Y así, igual que viene se va… Ya es otro día, el sol brilla
en el cielo, el beso de mis niñas me
sabe a gloria, el abrazo de Dani me llena de calma y el optimismo me chorrea
por las orejas. ¿Influirá en algo que hoy es sábado?...
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