lunes, 23 de febrero de 2015

VIRGENCITA…¡Que me quede como estoy!



1) PARTE I:

Desde hace unos días, me veo en una de esas situaciones de la vida en las que tienes que ser más fuerte que nunca y hacer uso de esa dosis extra de paciencia infinita que todos tenemos de serie.

Sin duda, las estancias en los hospitales no son plato de buen gusto para nadie. Para el enfermo son un calvario se trate de lo que se trate, pero tampoco es nada fácil hacer de acompañante…

No voy a ahondar en las penosas y patéticas deficiencias “tercermundistas” de la sanidad pública de nuestro querido país, pues lamentablemente todos las hemos vivido más o menos de cerca. Tristemente el enfermo, en su situación de indefensión, no tiene otra alternativa que tragar carros y carretas, dejarse llevar y desear lo que el del chiste... "Virgencita, que me quede como estoy...".

Pero en esta ocasión, mis reflexiones y mi pequeño homenaje serán para los acompañantes del enfermo ingresado y esas vivencias de pesadilla que inevitablemente ha de sufrir quien acompaña a un familiar, y normalmente (por lo menos por mi experiencia) las más horribles e incómodas suelen venir siempre del vecino/a o vecinos/as que te toquen en la cama de al lado.

Y eso que, todavía a mis años, y por muchas razones y argumentos de “operatividad” que me ofrezcan las personas que se dedican a la sanidad, sigo sin comprender por qué, en el momento más molesto, triste, dificultoso y a veces traumático de tu vida, tienes que compartir la habitación del hospital con una, dos o incluso ¡tres personas más!

¡Increíble! ¡Inhumano! ¿Cómo podían soportar esa denigrante situación? Dirán en el futuro nuestros descendientes, cuando lean los libros de historia.

Pues sí, así lo veo yo incomprensible, que además de tus dolores y dificultades, tengas que soportar también las del vecino/a...y las de sus acompañantes, familiares, visitas varias etc...

Pero volviendo a mi situación, os pongo en antecedentes: me mareo y/o desmayo al ver la sangre; me dan grima los hospitales, su olor, su calor...; somatizo cuando alguien me cuenta una enfermedad, y odio que me enseñen cicatrices por muy pequeñas que sean.

Aun así, contra todo lo anterior hay una fuerza sobrehumana que hace que puedas con todo eso: el AMOR. Y sé que suena cursi, pero me importa un pito, porque es así, el amor a tus hijas, a tus padres, a tu marido... Te da SUPERPODERES para aguantar todo lo que te echen, aunque te lo echen sin avisar y salpicado de sangre…

Así que, los días de "guardia"(como yo les llamo a mis estancias acompañando a mi padre) me convierto en la mejor actriz del mundo, y es cierto que veo, escucho y vivo muchas cosas "feas" y desagradables pero este es mi mantra: "lo que ocurre en el hospital, se queda en el hospital". Igual que pasa en Las Vegas...

2) PARTE II:

De esta forma, cuando salgo del hospital, sólo me llevo a casa la alegría de ver a mi padre mejorando, y por el camino de vuelta me voy cargando de  nuevo de buena energía con cada cosa bonita que veo y que percibo.

He llegado a un nivel de AUTOCONTROL digno de patentar, y perdón por mi inmodestia, pero es que resulta que tengo un sistema muy efectivo para que no me afecte todo lo que ocurre aquí, en el hospital: tarareo en mi mente la primera canción que se me viene a la cabeza.

Desde luego, este sistema solo lo utilizo en las situaciones extremas e inevitables, las cuales yo no tendría por qué presenciar, ver u oír... A continuación os ilustraré el funcionamiento del “sistema”.

Una tarde estaba yo cargándome de buen rollo y buena energía, mientras jugábamos en familia al Just Dance. Mi hija eligió "La Macarena" para bailar (de eso trata el juego), y a mí me hizo tanta gracia que hasta le gané haciendo el “bailecito”, tan trillado desde hace demasiados años ya...

El caso es que se me quedó en la cabeza la dichosa cancioncica y cuando llegué al hospital sucedieron cosas  digamos... "curiosas":

El “vecino” de turno, compañero de habitación de mi padre, empezó a explicar con pelos y señales su complicada intervención a todos los presentes,  y yo sólo escuchaba: ¡Dale a tu cuerpo alegría Macarena...!"

Más tarde hubo un revuelo en otra habitación, con un paciente muy impaciente el pobre y yo en mi mente: "...que tu cuerpo es pa darle alegría y cosas buenas!

Y la cosa continuó, porque cuando llegó la enfermera para las curas, aunque me salí fuera, sólo escuchaba en mi mente:¡Ay! Macarena, ¡Aaaaay!”

Así que como veis, el sistema funciona, ya se lo he explicado a mi padre para que se le haga más llevadera su estancia aquí. La única pega, como ya le he comentado, es que hay que escoger bien la canción porque si no, se te mete algún sonsonete inapropiado en la cabeza y la verdad, mis felicitaciones a Los del Río por su longevo hit musical, pero ¡no aguanto más a “La Macarena”!, a ver si escucho aunque sea la música del ascensor y cambio ya de estilo jolin...

4 comentarios:

  1. Dejad vuestra opinión, que seguro que hay mucho que decir sobre el tema...

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  2. ENHORABUENA YOLANDA por tu blog! por cierto, perdí tu numero… no puedo escribrte… escribeme tu andaaaaa, por si tienes a otra Lucia por aquí, soy la que te cuidaba a tus peques!! un besazo

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